Esta semana nos enteramos por las redes sociales de un caso de exclusión, falta de humanidad y clasismo. Se trataba de una señora que prestaba sus servicios como vigilante en un edificio del norte de Bogotá y que fue, al parecer, obligada por sus propietarios a permanecer en su sitio de trabajo durante el confinamiento, durmiendo en el sótano en un colchón. Al parecer ella se enfermó y tuvo que ser trasladada a una clínica, pero al momento de ser subida a la ambulancia, se dice, fue despedida porque solo estaba “trayendo problemas a los miembros de la copropiedad”.
La verdad es que esto parece más un cuento de terror que una situación posible en la vida real; es de verdad inaudito que este tipo de situaciones se den y que en los tiempos actuales haya formas de esclavitud, discriminación, abuso y opresión, pues de esto es de lo que se trata: de la radiografía de un país donde las personas solo valen por lo que tienen y donde unos se creen más que los otros. No voy aquí a discernir sobre los posibles delitos que se pudieron cometer, seguro que algo se encuentra en el código penal, me interesa más reflexionar sobre la realidad del país, aún vivimos en un sistema de clases muy al estilo de las monarquías de la edad media donde hay señores y vasallos, unos que mandan y otros que obedecen. Pero resulta que la humanidad en los últimos siglos ha querido que superemos todo esto, que seamos conscientes de los derechos que tenemos por el simple hecho de nacer, de ser personas y algo muy importante: todos tenemos derechos que podemos reclamar y hacer respetar, sin importar quienes somos, que hacemos a qué nos dedicamos.
Por ello, suelo irritarme mucho cuando observo cómo algunos de mis vecinos alzan la voz y hasta el mentón cuando hablan con los vigilantes del edificio, como si ellos, además de prestar el servicio, tuvieran que aguantarse sus berrinches y el irrespeto a su dignidad. Me molesta ver cómo, por ejemplo, se les exige subir el mercado hasta el apartamento, pues en muchos edificios eso es una exigencia; no quiero decir que si alguien quiere ayudar no lo deba hacer, lo que pasa es que cuando eso es visto como una obligación, es inaceptable. Tampoco soporto escuchar cómo los carros pitan sin parar cuando el vigilante no abre el portón inmediatamente, no será que ellos están quizás en el baño haciendo sus necesidades, ¿o es que tampoco tienen derecho a ello? Podríamos seguir dando ejemplos de maltrato y ni qué hablar de las empleadas domésticas, ellas sí que sufren la soberbia de la “patrona”, pero más bien quisiera mandar un mensaje de convivencia, respeto, ayuda mutua y solidaridad con quienes realizan este tipo de trabajos; sin ellos para muchos la vida seguramente sería mucho más difícil, hagamos equipo entre todos y vivamos felices, con más veras en tiempos de coronavirus.